vienen los niños y gritan. luego vienen los perros -bajan- y dicen nosotros somos los niños que gritan. todos gritan, a su manera. los adultos gritamos “basta de ladrar, vengan acá”. tememos que los vecinos sigan quejándose de los perros. alguien dice que ladren y asusten a esos niños porque si no, vamos a tener que escucharlos toda la tarde. en otro momento, sin perros, sin niños y en otro lado -incluso en otro cuerpo-, habría gritado. el vecino de abajo habría venido con su hija pequeña colgando del brazo cual amuleto de la suerte de la moral y las buenas costumbres a demandar pudor. ese y otros vecinos habrían abierto la canilla de murmullos: es una puta. siempre con alguien distinto. es una lesbiana, sólo se escuchan mujeres. ¿qué es ahora? no se sabe, pero siempre hay orgías. en algún momento sentí que la gotera era insoportable y que la inundación me arrastraría por los pasillos escaleras abajo; podría morir. me fui. volví y me volví a ir. en el monobloc en medio de la boca siempre se escuchan gritos, por todas partes, de adentro y de afuera, míos y de ellos, somos todos esos gritos y nos cansamos de gritar y oír gritos pidiendo silencio. los días de silencio -los hay: algunos domingos, algún día de la semana después de cinco partidos, algún momento medio excepcional…- resultan incluso un poco desesperantes.
ahora estoy acá, en el monte. hay pájaros que no conozco, loros o cotorras, un arroyo, árboles y vientos y todos gritan con la contención de las montañas. cuando llegamos, nuestros sonidos desafiaron la tranquilidad de los vecinos, acostumbrados a estar solos. sus sonidos no nos desafiaron a nosotros, pero nos acostumbramos a guardar silencio.
el silencio puede guardarse. se puede poner en la heladera o en la alacena o en un armario. también se puede abrazar. se puede escuchar. se puede hacer.
el silencio sería algo diferente del ruido,
con certeza.
sería algo propio y contrario al sonido,
también.
el ruido, el silencio y el sonido
son potencia.
se pueden buscar y puede pasar que uno quede allí.
podemos quedarnos en silencio.
podríamos quedarnos en sonido.
¿si el silencio fuera sólo ruido bien guardado?
¿qué duendes salvajemente traviesos lo escondieron tan bien que hubo que cambiar de provincia y de ciudad a no ciudad y paisaje para encontrarlo?
¿si fuera tanto el ruido acumulado
adentro que hiciera
silencio? paradojas de la calma.
pasaría horas gritando,
dejando solamente que salga todo
el sonido del que mi cuerpo es capaz.
¿capaz?
capaz de sostener,
de contener,
de soltar
¿y de crear?
cuando se hace con otres,
incluso ante testigos,
el sonido puede ser validado.
el ruido puede ser apreciado.
mi fiesta
consistiría en encontrarnos a escucharnos los sonidos, todos los sonidos, en la forma en la que vengan, sin una lista de temas para bailar o conversar. una fiesta de eructos y sonidos guturales, ruidos de cuerpo y chasquidos y choques. escuchar el sonido con todo el cuerpo. escuchar no. hacer y recibir, sentir y resonar. con y sin historias; sonidos espontáneos, históricos, histriónicos o acallados. también en la fogata, historias complejas hechas de sonidos sin palabras o con palabras
sin gramática.
ayer empecé clases de canto con la excusa de cantar.
pero sólo me interesaba escucharme los sonidos,
si era capaz. modular y murmurar
el ruido en el que me convertí.